lunes, 30 de marzo de 2009

El vídeo del aborto

Cuando tenía trece o catorce años, un día vino a mi clase en el colegio una señora con pinta de supernumeraria de la Obra que decía ser sexóloga, teoría en la que las monjas -que la dejaron entrar en nuestro centro escolar- la apoyaban. Creíamos que nos iba a dar una charla de lo malísimo y aberrante que puede llegar a ser el sexo y sus derivados, pero ella, de pocas palabras, nos hizo desplazarnos hasta el salón de audiovisuales (curioso nombre para un cuarto con una televisión y el VHS de 'El Jardín Secreto', doblada y en versión original), donde puso una cinta en el aparato reproductor, seguramente el único de esa especie que se atrevía a tocar, y nos abandonó a nuestra suerte.
Creo recordar que el vídeo, de una media hora de duración, empezaba con cinco minutos de parejas cristianas y felices dándose la mano y comiendo helados, todo ello ambientado con una música agradable pero machacona (del tipo de la que te ponen en los aviones de Easyjet), pero después...
Después, como en "Requiem for a Dream", cambiábamos de estación, de música, y entrábamos en una espiral del mal rollo: las imágenes de abortos se sucedían (siempre evitando mostrar cualquier rastro de una mujer desnuda, eso sí), y los fetos desechados aparecían en todas sus variantes, desde el clásico frasco de formol hasta los mucho más sórdidos suelos de clínicas abortivas, probablemente ilegales y situadas en algún país del este de Europa. Aquello era un bucle del sonido de las herramientas chocando unas con otras, la vibración del raspado, y otra vez las imágenes de los fetos, todos ellos abortados en fases muy avanzadas del embarazo (lo juro: alguno de ellos habría pasado la barrera de estatura en Eurodisney), porque imagino que si no puedes reconocer sus deditos con uñas diminutas, el aborto de un niño no impresiona tanto. Sobre todo si el target del vídeo son otros niños, unos con el juicio todavía nublado por la ebullición hormonal de la pubertad.
Aun así, recuerdo que el vídeo me cabreó, y que sin tener muy claras las palabras para expresarlo, sentía que nos estaban vendiendo una moto con sidecar y todo. Yo imaginaba por entonces que la mayoría de las mujeres que abortaban tendrían una razón de peso para hacerlo, aparte de ser sanguinarias asesinas de niños nonatos, y que en un altísimo porcentaje de las ocasiones, entre los restos de un aborto no se podía distinguir la cara de horror de un niño con truncadas esperanzas de nacer. Con todo y con eso, el vídeo me dejó alguna secuela, y cada vez que oigo la surreal canción sobre el aborto 'Sabes Mamá', un mal rollo intenso, disfrazado de risa nerviosa, recorre mi cuerpo.
A algunos de mis compañeros la experiencia les afectó más, o mejor dicho, les afectó más como a la presunta sexóloga le apetecía: recuerdo el caso de una compañera de clase, que puede que ahora sea una recalcitrante rubia, de esas JASP que presentan tertulias políticas en Intereconomía, que declaró delante de toda la clase tras ver el vídeo que "si se quedaba embarazada mañana, tendría al bebé, aunque tuviese que ir a clase con él". En fin, cómo nos gusta un buen show a todos. Lo que no se es como la monja que hacía las veces de nuestra tutora no le dio una hostia bien dada, aunque sólo fuera por insinuar que al día siguiente se podía poner a fornicar como una posesa, con el único fin de enseñarnos a todos la madre coraje que había en ella.
A mí el vídeo, que como todas las experiencias intensas que he pasado me dejó una herencia mala y una buena, me ayudó a comprender el poder del audiovisual, y cómo una buena combinación de imágenes, sonidos y música puede ser más persuasiva que el mejor de los discursos orales, sobre todo para una generación tan catódica como la nuestra. Esto me lo enseñó a la larga, pero de momento estoy basando mi carrera en esta idea, y no en la de ir a Sol a manifestarme por el derecho a la vida. Quién sabe si allí me reencontraría con gente de mi exclase, o con la misma pseudocientífica que nos hizo pasar por aquello.
Afortunadamente, y por una especie de justicia poética, la misma sexóloga tuvo luego que someterse a una serie de preguntas sobre sexo que cada alumno metimos (en forma de papelito anónimo) en un bol, dejándonos momentos de auténtica hilaridad: teníamos trece años, pero ya éramos más bastos que un collar de melones.

2 comentarios:

Ignacio dijo...

¿Momentos de hilaridad? Estamos hablando del semen con calcio, supongo. Por otra parte, al contrario que a ti, el vídeo no me dejo absolutamente ninguna secuela ya que activé el filtro de protección neuronal.

Por cierto, no has comentado lo mejor (quizá sólo yo guardo este recuerdo porque filtré todos los detalles escabrosos). El vídeo estaba conducido por un Troy McClure cualquiera, doblado con acento sudamericano, que decía haber sido médico abortista y haberse arrepentido. Era todo tan ridículo que realmente parecía uno de esos 'vídeos educativos' de la escuela primaria de Springfield.

Ahh, colegio de monjas. Como decía mi padre, a la larga es la mejor forma de que te salgan los hijos anticlericales xD

Juan dijo...

Cómo me gusta que alguien que participó conmigo en semejante trance haya leído el texto...
yo del Troy McClure no me acuerdo, aunque sí que recuerdo el acento panchito de la voz en off! Supongo que cuando pasan tantos años desde algo, hay muchos matices que se quedan por el camino...

Pero a que tú si te acuerdas de quién es nuestra compañera, la exaltada que hizo los comentarios desafortunados??