sábado, 14 de agosto de 2010

Toy Story 3

Y al undécimo año, por fin llegó. Se dice pronto, pero 11 años han pasado desde que se estrenó en salas Toy Story 2, y 15 desde Toy Story. Los standards de Pixar son tan altos (y subiendo), que todo indica que no se querían embarcar en la producción de Toy Story 3 hasta que no tuvieran un guión entre manos que fuese, como mínimo, genial. Y eso que la idea de esta tercera parte estaba ahí desde principios de los 2000, cuando el título empezó a aparecer en las notas de Disney y Pixar entre "futuras producciones". Y desde finales de 2009, con la peli en sus últimas fases de producción, ha habido Toy Story en el ambiente. Las jugueterías se han vuelto a llenar de Woodys y de Buzzes, y en muchos países se han estrenado las dos primeras partes en 3D. Yo aproveché para verlas en Inglaterra (donde, para sacar más pasta, no se estrenaron en sesión doble como en EEUU), e incluso tuve la suerte de presentar, en un viaje en autocar Londres-Colonia, la primera película a un grupo de adolescentes ingleses, muchos de los cuales ni la habían visto. La sensación fue de que no había perdido un ápice de efectividad en quince años. Si a todo eso le sumamos la megamaquinaria promocial que ha precedido al estreno y el fanatismo de la llamada "generación Andy" (esos niños para los que la saga fue parte importantísima de nuestra infancia), la expectación máxima estaba servida.

Antes de su estreno, había algo que ya sabía que me haría conectar de una manera especial con la película. A mí y a toda la generación Andy. El tiempo ha pasado en el mundo de Toy Story. No exactamente a velocidad real, pero Andy tiene 18 años y se marcha a la universidad; Molly es una preadolescente de lo más anodino y la madre... la madre está igual, seguramente gracias al bótox o a la crema de veneno de serpiente. Los juguetes han pasado de temer que los sustituyan por un nuevo juguete más guay a temer por su propia vida. ¿Los tirarán a la basura? ¿Se irán para siempre al desván? Andy es bastante diplomático y se decide por la segunda opción, sólo escogiendo a Woody para irse con él a la universidad. Pero por un error (de esos errores cruciales que detonan el argumento de cada parte de esta saga), TODOS los juguetes acaban siendo donados a la guardería Sunnyside. Allí al principio todo parece pan y rosas, un sitio donde unos niños educadísimos juegan todos los días con los juguetes. Pero hay trampa: para empezar les envían a la Sala Oruga, donde viven bajo el terror de unos niños tan pequeños que ni han aprendido a jugar; y por la noche llega lo peor, cuando descubren que el osito Lotso gestiona Sunnyside como una verdadera cárcel. La pandilla tiene que decidir sobre su futuro, pero si deciden escapar de allí la cosa no va a estar fácil. Los esbirros de Lotso, un gran bebé tuerto y un acomplejado Ken, se lo van a poner muy difícil. Es verdad que de todas las secuelas se dice que es "la más oscura de la saga", pero aquí la frase no podría ser más adecuada. Como en una buena última parte, los personajes nunca se habían enfrentado a problemas más grandes, o a peligros más reales. Y eso que aquí no hay que cruzar grandes avenidas cubiertos con conos de tráfico.
La animación digital ha evolucionado muchísimo en 15 años (recordemos que Toy Story fue el primer largo realizado con esta técnica), pero todo está cuidadísimo en TS3 para que no haya discontinuidad visual con sus predecesoras. Aun así, podemos ver evolución en las texturas o el color, y el naturalismo de los escenarios es tal que a veces dudas de que nada de eso sea real. Aquí siguen los rodapiés rayados y los bordes de puertas sucios marca de la casa. Y se añade el 3D, que la verdad, no aporta nada en absoluto, aunque tampoco distrae. Difícil sería que lo hiciese, pues estamos ante una película (sin más, no quiero decir "película de animación o "película familiar") que es palabras mayores. El guión funciona como un reloj suizo, combinando todos los géneros posibles y disfrazándolos de peli de huida carcelaria, y va in crescendo hasta un clímax -la planta de tratamiento de basuras- y un epílogo brutales, en los que se hace difícil contener la lágrima. Menos mal que están las gafas 3D para darnos un poco de intimidad en ese sentido.

Los personajes de siempre se reparten el protagonismo bastante bien: Woody lleva el peso de la historia sobre sus hombros, pero Buzz se convierte en protagonista absoluto durante un buen tramo de película gracias a nuestra lengua materna. El doblaje ha intentado salvar esto como ha podido, y no ha quedado nada mal. Los nuevos personajes están a la altura de las circunstancias, liderados por Ken (un hombre de plástico con problemas más complejos de lo que podría parecer a primera vista), Lotso (un malvado con un background tan bien contado que casi llegas a entenderle) y el Peque (a mí, personalmente, este Nenuco-convertido-en-gorila me rompía el corazón cada vez que aparecía). No hay nada que rechine en esta película cuasiperfecta, pero chapeau a los guionistas que han parido semejante epopeya, olé a Randy Newman por el musicón con algún tinte andaluz que se ha marcado y MEGABRAVO a John Lasseter y Lee Unkrich. Al primero por crear este mundo, al segundo por haber firmado esta tercera parte, si no la mejor, la que convierte a la saga en 2 obras maestras y una película muy buena.

Calificación: 9

Veredicto: La mejor película de lo que va de año, y un divertidísimo/emocionantísimo rato para compartir con el niño que fuimos.

1 comentario:

Marina de Luna dijo...

A mí también me requetencantó, y también solté la lagrimilla. Yo siempre he sido seguidora de Toy Story, y aunque la segunda me dejo un poco "asín" esta ha sido maravillosa.

Juancho Pancho, estás en Pucela? Estarás en ferias? Podíamos quedar un día a tomar unos pinchejos!

Muás*